Todos los integrantes del boom
de la nueva novela negra española –son tantos los autores, tan variadas
sus propuestas y tan dispersas sus localizaciones que no cabe llamarlo
de otra manera– coinciden en señalar a Vázquez Montalbán como su precedente indiscutible. Del mismo modo que citan a continuación a otros barceloneses ilustres como Francisco González Ledesma, creador del comisario Méndez, y Andreu Martín, que además de maestro del género es reconocido historietista y guionista de cómic y de cine.
Acercándose más en el tiempo, la nueva generación de escritores noir reconoce la poderosa influencia de Lorenzo Silva, artífice de los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, a los que conocimos como sargento y agente a secas y en la reciente La marca del meridiano han ascendido ya a brigada y sargento, respectivamente. Además de haber ideado a esta pareja cuya química
poco tiene que ver con la atracción física, Silva hace en sus libros
"más que una radiografía, casi una resonancia magnética del momento en
el que vivimos", sostiene Bruno Nievas, que por algo es médico y ejerce como pediatra en Almería.
Nievas,
uno de los paladines nacionales de la autoedición, se explaya sobre el
maestro Silva: "Es curioso cómo sus obras terminan siendo proféticas al
hablar de corrupción política, de estafas bancarias o de enormes
desigualdades sociales aunque hayan sido escritas hace años". Poco más
se puede añadir a las palabras del autor de Realidad aumentada,
manuscrito que rondó por varias editoriales antes de que Nievas se
decidiera a colgarlo en Internet. Después de conseguir 42.000 descargas,
Ediciones B,
quizá el sello que más atento ha estado hasta la fecha al fenómeno de la
autoedición en España, lo publicó en papel y en formato digital; llegó a
ser número dos de ventas en Amazon y número uno durante cinco semanas
en la AppStore, donde permaneció cinco meses en el Top 10.
Igualmente en ambos soportes, Ediciones B ha publicado Holocausto Manhattan,
la segunda novela de Bruno Nievas, a quien el hecho de atender su
consulta, sufrir los tijeretazos de todo tipo infligidos a la Sanidad y
hallarse enfrascado en la escritura de su tercer libro no le impiden responder con la mayor amabilidad a todo periodista que le importune con sus preguntas.
De la comisaría al género negro
Casi en la otra punta del país, en Huesca, la editorial del Grupo Zeta tiene a otro de sus autores rescatados de la autoedición en Internet, Esteban Navarro, de quien ha publicado recientemente La noche de los peones.
Diez años se pasó este funcionario de la comisaría de Policía Nacional
de la ciudad aragonesa ofreciendo sus escritos a editoriales grandes y
pequeñas y cosechando negativas o silencios administrativos, hasta que
recurrió a Amazon para dar a conocer obras suyas como Los fresones rojos o El buen padre.
Navarro no puede sino hablar bondades de Kindle Direct Publishing –la herramienta de autoedición de Amazon– y de la llamada generación Kindle, porque "han democratizado la literatura" al constituir a los lectores en jueces de lo que merece la pena
o no ser editado. El policía nacional Moisés Guzmán, trasunto del
propio Esteban Navarro y protagonista de una trilogía negra, es una
especie de "Frankenstein policiaco" que ha compuesto tomando ejemplos de
una realidad que conoce bien y sazonando el conjunto con "algo de
imaginación". En La noche de los peones ha cambiado a Guzmán
por una pareja de investigadores de edades muy alejadas –más que las de
los Bevilacqua y Chamorro de Silva– para contar al lector todo lo que ha
cambiado en la Policía en los últimos 40 años.
El caso de un funcionario de las fuerzas de seguridad que escribe novela negra no es tan extraño como pueda parecer. P. D. James y Patricia Cornwell, célebres autoras de libros detectivescos, desempeñaron labores relacionadas con el trabajo policial. Danielle Thiéry, que hace pocas semanas presentaba en Madrid su vigésima novela (Clavos en el corazón),
compatibilizó durante 13 años la literatura con el servicio activo en
la Policía francesa, donde fue la primera mujer que llegó al puesto de
comisaria de división, uno de los más altos del cuerpo.
También el barcelonés Víctor del Árbol ejercía como mosso d’Esquadra mientras escribía obras como El abismo de los sueños y El peso de los muertos; en 2012, tras el éxito cosechado por La tristeza del samurái
(particularmente en Francia), se decidió a trocar la placa por el
ordenador y dedicarse a escribir, después de lo cual ha publicado, el
año pasado, Respirar por la herida.
En la Ciudad Condal y sus alrededores encontramos a otros cuatro narradores de la nueva cosecha negra. A Cristina Fallarás, periodista y escritora, la novela Las niñas perdidas le valió el Premio Hammett que otorga la Semana Negra de Gijón; la traductora Teresa Solana, maestra en el empleo de la sátira, consiguió que su repercusión traspasara las lindes de Cataluña cuando Negras tormentas fue incluido en el catálogo de la prestigiosa Serie Negra de la editorial RBA.
Carolina Solé, que ultima en estos momentos su próxima novela después de haber despuntado con Ojos de hielo, ambientada en un valle pirenaico aislado, tiene debilidad por Petra Delicado y Garzón, los personajes de la consagrada Alicia Giménez Bartlett. Entre los nuevos narradores cree que dejarán huella Víctor del Árbol y el canario Alexis Ravelo, que tiene encandilados a los lectores con propuestas como la premiada La última tumba.
Solé opina que "las circunstancias pueden acercar a cualquiera al lado oscuro", lo cual explica la gran aceptación del noir
en España y en todo el mundo. "Eso es algo nada pasajero", sostiene,
del mismo modo que no pasará la moda de los escritores que proporcionan a
esa ingente cantidad de amantes del género las ficciones que demandan.
Para Bruno Nievas, este boom es "una de las pocas cosas buenas
que nos han sucedido recientemente. La literatura negra florece aquí,
porque España es gris, casi negra. Somos un país que aspira siempre a
todo pero que, en demasiadas ocasiones, se queda en el camino. No
conozco nada más negro que eso, de modo que el género gusta tanto porque
simplemente refleja lo que somos".
Si se molestaran en formularla, la opinión de los personajes de Yo fui Johnny Thunders no diferiría mucho de este análisis. Maltrechas, perdidas para cualquier causa, así son las criaturas de la revelación del momento, el barcelonés Carlos Zanón, que antes de su última muestra de "literatura negra rara y contrahecha" había publicado Tarde, mal y nunca (titulada en Estados Unidos The Barcelona Brothers) y Nunca llames a casa, sobre la que Daniel Calparsoro está rodando una película.