Lejos de haber alcanzado la gloria, Capestan y los
suyos son vistos como traidores por el resto de sus colegas y viven
relegados en el rincón más oscuro de la Policía Judicial. La moral de
todos está por los suelos. Matan el tiempo jugando al billar o decorando
el árbol de Navidad. Solo Anne mantiene la fe en su valía. Aun así,
habría preferido evitar la investigación que les es asignada: el
asesinato del comisario Serge Rufus, padre de su exmarido. Capestan
siempre odió a su suegro, pero todavía no ha sido capaz de olvidar al
hijo.
Mientras tanto, un hombre en Provenza encuentra su propio nombre en
un monumento a los caídos, una perturbadora premonición que se cumplirá
de inmediato y que hará que la brigada deje París para investigar unas
muertes extrañamente anunciadas.